Dios ha nacido en el exilio by Vintilă Horia

Dios ha nacido en el exilio by Vintilă Horia

autor:Vintilă Horia [Horia, Vintilă]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1960-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Era de noche; me sentía fatigado y descendíamos sin cesar. Aún no era visible la luna, pero, de pronto, vi como una mancha blanca en medio de las tinieblas. Le pregunté a Scorys:

—¿Es la luna?

—No. Son mis manzanos.

* * *

Pasaban incesantemente. Pude contar más de seiscientos y aún había más, algo más lejos, a los que no llegaban mis ojos. La hierba atenuaba el ruido de sus zuecos. Hubiera podido pensar que se trataba de una alucinación, pero el relincho de un caballo o una palabra gritada en un idioma que yo no comprendía, daba cuerpo inmediatamente a la realidad. Eran hombres a caballo y armados. Nada de carros, ni de bueyes, ni de mujeres o niños que entorpeciesen la marcha. La finalidad de esta cabalgata, inundada por los rojizos resplandores del ocaso, estaba clara. Comozous fue el primero en verlos. Estábamos llegando a lo alto de un promontorio desde donde la vista se extendía, por encima del espesor de los bosques de encinas, hasta la llanura aún lejana. Las lanzas del sol poniente encendían largos destellos en sus escudos. Iban al paso, cruzando un calvero. Venían de Oriente y avanzaban hacia el Sur. ¿Eran aliados de los getas, de los tracios, o de los romanos? ¿Se proponían sólo el saqueo o estaban a sueldo de alguien para provocar un conflicto? Acaso, impulsados por el hambre o por otras tribus de la estepa, ¿buscaban nuevas tierras para sus familias? ¿O quizás estaban encargados de preludiar esa guerra que se vaticinaba entre nosotros y los dacios? ¿Quién podía decirlo? Comozous me los enseñó con un dedo: «Los sármatas», llevaba nuestros caballos al trote y la carreta no se detuvo hasta no hallarse en la espesura, entre los nogales. Una vez hubo atado los caballos en un pequeño claro próximo, avanzamos entre los árboles en dirección a los bárbaros. El bosque de nogales se prolongaba a lo largo de un estrecho valle que separaba ambas vertientes, lo que nos permitió permanecer ocultos y, al llegar a una pequeña altura, mirar sin ser vistos. No había duda: marchaban sobre Troesmis, adonde, a aquella velocidad, llegarían al día siguiente a la caída de la noche. Intentar adelantarlos quemando etapas, para prevenir a la guarnición de Troesmis, habría sido una locura, pues, una vez en la llanura descubierta, nos habrían visto en seguida y nos habrían cazado sin la menor dificultad. Pude observar aquellos rostros tan cansados y polvorientos, que nada tenían de terribles ni de malvados. Por el contrario, me parecían dignos de compasión. Un sentimiento de pena fue invadiendo mi corazón. Recordé a los getas hambrientos que habían asaltado Tomis al comienzo de mi exilio. Era también el hambre y el miedo lo que empujaba a estos sármatas hacia el Sur. Iban en busca de la abundancia ajena para remediar su hambre, o bien esperaban hallar en alguna parte un lugar bajo el sol para trabajar en paz y para criar a sus hijos resguardados de las flechas escitas. Capaces de



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